Esta es una mujer con la mirada humillada, esculpida en bronce y expuesta entre los setos podados de los jardines del Palacio Real. Un rostro de mujer, como el título de la película de Joan Crawford, dividido en dos. De un lado, la ilusión puesta en un horizonte donde la estabilidad y la felicidad caminaban juntas de la mano. Del otro, el tormento y el dolor por las heridas físicas causadas por los golpes tremendos del odio, el rencor y la mediocridad de un ser (in)humano.
Un semblante silencioso, pero repleto de palabras calladas a base de zarpazos crueles que le arrebatan constantemente del ensueño de la magia primitiva e inicial. Aquella en la que creyó en una tarde de otoño, sentada en un banco del Retiro mientras escuchaba palabras de amor que, con el tiempo, dejaron de existir para siempre.
El lado amable de la cara le recuerda la sonrisa del primer alumbramiento, el significado de una unión ya entre sus brazos, todo mimos y cuidados, sensaciones nuevas y emociones enfrentadas.
El lado oscuro de su rostro nos trae al presente de quien la contempla, la vergüenza de una mujer apagada, las lágrimas silentes y el ritmo de adagio de los latidos de su corazón.
Una mujer con dos caras. Un rostro mil veces repetido. Mi motivo de inspiración en una estatua colocada con acierto en los aledaños del Madrid más monumental. Una ciudad también con varias caras: jovial y nocturna por un lado, oscura y tétrica por el otro. Un buen resumen para todos aquellos que habitan ciudades donde, en algún rincón de las mismas, paseando por sus plazas, comprando en sus mercados o naufragando en avenidas repletas de gente que significan aún más sus propias soledades, se miran en los espejos para comprobar, tristemente, que también son poseedores de esas dos caras, el anverso y reverso de una vida.
Aún así, el color morado oscuro de uno de los lados no consigue apagar el blanco amanecer de su oponente. En ese margen de su orilla están las sonrisas, los buenos momentos, el temor de la primera vez y la frescura de las miradas. Quizá, de ahí, el desdoblamiento en dos de una misma faz.
Y ganando el pulso, la mujer con dos caras coloca en el primer puesto el verdadero origen de la vida. Su propio amanecer.
Un semblante silencioso, pero repleto de palabras calladas a base de zarpazos crueles que le arrebatan constantemente del ensueño de la magia primitiva e inicial. Aquella en la que creyó en una tarde de otoño, sentada en un banco del Retiro mientras escuchaba palabras de amor que, con el tiempo, dejaron de existir para siempre.
El lado amable de la cara le recuerda la sonrisa del primer alumbramiento, el significado de una unión ya entre sus brazos, todo mimos y cuidados, sensaciones nuevas y emociones enfrentadas.
El lado oscuro de su rostro nos trae al presente de quien la contempla, la vergüenza de una mujer apagada, las lágrimas silentes y el ritmo de adagio de los latidos de su corazón.
Una mujer con dos caras. Un rostro mil veces repetido. Mi motivo de inspiración en una estatua colocada con acierto en los aledaños del Madrid más monumental. Una ciudad también con varias caras: jovial y nocturna por un lado, oscura y tétrica por el otro. Un buen resumen para todos aquellos que habitan ciudades donde, en algún rincón de las mismas, paseando por sus plazas, comprando en sus mercados o naufragando en avenidas repletas de gente que significan aún más sus propias soledades, se miran en los espejos para comprobar, tristemente, que también son poseedores de esas dos caras, el anverso y reverso de una vida.
Aún así, el color morado oscuro de uno de los lados no consigue apagar el blanco amanecer de su oponente. En ese margen de su orilla están las sonrisas, los buenos momentos, el temor de la primera vez y la frescura de las miradas. Quizá, de ahí, el desdoblamiento en dos de una misma faz.
Y ganando el pulso, la mujer con dos caras coloca en el primer puesto el verdadero origen de la vida. Su propio amanecer.
ISIDRO R. AYESTARAN, 2007
1 comentario:
Si alguna vez me encuentro enfrentado a dos rostros de una misma mujer (no importa si uno de los dos es mas insoportable)
terminaria de rodillas suplicando el termino de la doble violencia.
salu2.
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