Querida Dalia:
No sé si Dios inventó el amor para que los enamorados no pudiésemos vivir tranquilos ni con el corazón latiendo a un ritmo normal, o para que fuésemos inmensamente felices. Lo ignoro completamente. Pero lo que sí sé a todas luces es que, a pesar de todo lo que me dice mi corazón, no encuentro la forma de explicarte que te quiero ni el hacerte comprender, con palabras, toda la inmensidad de mi amor por tí. Supongo que todo esto te sonará raro, quizá hasta ridículo o divertido, pero ya contaba con eso incluso antes de atreverme a escribir esta carta.
Hace tiempo que te conozco, que observo tu mirar, que me voy fijando en tí sin que estés al tanto de mis sentimientos, sin que sepas que, poco a poco, y con el transcurso de los días, de los meses que llevo compartiendo mis mañanas contigo, me he ido enamorando de tí cada día un poco más que el anterior. Sí, Dalia. Te amo en secreto...
Sé que no puedo ser nadie para tí, que nunca habrías imaginado que alguien como yo pudiese amarte, que jamás habrías pensado, ni por lo más remoto, el fijarte en mí de la misma manera que yo lo he hecho en tí. Y es que, actualmente, hasta yo mismo me considero alguien sin oficio ni beneficio. Pero eso sí, con unas inmensas ganas de amarte y de tenerte entre mis brazos para susurrarte todo aquello que a las enamoradas os gusta oír de vuestros enamorados.
No tengo ninguna posibilidad, lo sé. Tú eres una mujer con un trabajo, una vida hecha y hasta con un hijo al que, seguramente, le dedicarás todo el cariño del mundo... Y yo no tengo nada, pero aún así, soy de los que creen en los impulsos del amor.
Mi propia inconsciencia, que me ha llevado a esta locura, me ha hecho ver que eras tú, sólo tú, la mujer capaz de dar el color que le falta a mi vida gris, y que, con una palabra tuya, una sola palabra, llenarías de fuerza y calor a mi corazón. Y es que no te puedes hacer a la idea de cuánto me gustaría cogerte de la mano, acariciar tu rostro y que me dedicaras una sonrisa amiga para dar brillo a mi vida.
Mi única ambición, mi sueño, es el poder decirte a viva voz que te quiero, saber que entre tú y yo ha nacido la más bella historia de amor y hacerte comprender que vivo enamorado de tí.
No te burles de mí al leer este sin sentido, esta cursilería... pero tenía la necesidad de hacértelo saber. Quedan tan sólo unos días para que acabe la Prestación y mi corazón ya está sufriendo...
Te quiero, Dalia, aún ignorando lo que puedas pensar de mí. Supongo que esa es la magia del amor.
ISIDRO R. AYESTARAN, de mi novela LA SONRISA AMIGA, 1999
No hay comentarios:
Publicar un comentario