Fotos de perfil sobre una pared de piedra que resaltan el rostro de la Chica de la Estación, que recorre media ciudad para quedarse a la espera de una metáfora en forma de autobús.
Esperas silenciosas enclaustradas en recuerdos y nostalgias; en anhelos y pérdidas; en un destino que le depara la llegada a un mundo para ella feliz aunque sea entre cuatro paredes ruinosas.
Para ella es su mundo, el ritmo que le marcan los latidos del corazón. Por eso no le importa esperar en soledad en paradas de autobús enmarcadas en blanco y negro donde el color se transforma al cerrar la puerta de su nuevo mundo alejado del gris que la rodea.
Y por eso, mientras espera, la Chica de la Estación, pese a la nulidad de sonrisas en su rostro, sabe que algo tan profundo y misterioso como es el sentimiento del amor espera tan ansioso como ella desde su parte del mundo.
Dos mundos que se llaman a gritos desde la distancia: el de la espera y el de la llegada al amor.
Esperas silenciosas enclaustradas en recuerdos y nostalgias; en anhelos y pérdidas; en un destino que le depara la llegada a un mundo para ella feliz aunque sea entre cuatro paredes ruinosas.
Para ella es su mundo, el ritmo que le marcan los latidos del corazón. Por eso no le importa esperar en soledad en paradas de autobús enmarcadas en blanco y negro donde el color se transforma al cerrar la puerta de su nuevo mundo alejado del gris que la rodea.
Y por eso, mientras espera, la Chica de la Estación, pese a la nulidad de sonrisas en su rostro, sabe que algo tan profundo y misterioso como es el sentimiento del amor espera tan ansioso como ella desde su parte del mundo.
Dos mundos que se llaman a gritos desde la distancia: el de la espera y el de la llegada al amor.
ISIDRO R. AYESTARAN, 2007
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