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ya esta disponible... EL CABARET DE LOS SUEÑOS NOCTURNOS

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PINCHA EN LA PORTADA para ver el vídeo presentación de EL CABARET DE LOS SUEÑOS NOCTURNOS, el libro que, de la mano de Producciones Nocturnas y Absenta Poetas, aglutina los poemas, fotografías y relatos que forman parte de Nocturnos y El cabaret de los sueños, mis dos obras literarias ilustradas en Internet. Para los que vivís fuera de Santander, y estéis interesados, lo podréis hacerlo vía e-mail, para remitirlo por correo. Y pronto, tras mi espectáculo Muñecas de cristal, el Gran Show de presentación del libro por diversos lugares de Santander. Precio: 10 euros. Mail de contacto: isidrorayestaran@gmail.com

EL PODER DEL AMOR


Allí me encontraba yo, en el Café París, supongo que sentada a la misma mesa en la que él había compartido tantos momentos mágicos con Laura, fumándome todos los cigarrillos del mundo mientras leía una y otra vez las cartas que él le había escrito y había entregado a su enamorada en el más absoluto de los secretos.
Ismael tenía esa mágica cualidad, al igual que tío Roberto, de impregnar de amor su mirada y sus sentimientos... y él había confiado en mí para contármelo todo en un intento de desahogo voluntario.
– Siempre pensé que el trasladar las neuras de uno sobre un papel en blanco daba mejor resultado que ir al psiquiatra o pegarse un tiro – me dijo con su voz melancólica.
– Has hecho bien, Isma. Además, yo ya notaba en ti un bajón emocional inmenso. En realidad, todas lo habíamos notado, y claro, yo, que siempre he sido una lanzada, me he tirado a la piscina sabiendo que había agua y hasta tiburones.
Ismael esbozó una sonrisa amarga y le dio un trago a su chupito de melocotón. Uno y hasta tres seguidos.
El era uno de los encargados del super donde llevaba trabajando ya tres meses como cajera y como “chica para todo”, es decir, que si cobrar a los clientes, reponer la mercancía, colocar pasillos, colocar etiquetas de oferta, ser educada y estar siempre sonriente. Un horror de trabajo donde los haya, pero como hay que pagar el alquiler de la buhardilla que comparto con mi Fabio, pues a tragar e intentar salir del bache lo más dignamente posible.
Pues eso, que nuestro Ismael se había enamorado hasta la médula de nuestra charcutera, una morenaza de las que quitaban el hipo, aunque eso a él le importaba un pimiento. Él se había enamorado de sus ojos y de su sonrisa, del brillo de su mirada y de los silencios de su primer plano.
– Y es que contemplarla es como ver una película de Garci; quedarse extasiado ante un plano largo mientras la música de Pablo Cervantes suena de fondo... La música de “Historia de un beso” se acopla perfectamente a todo lo que a ella le rodea...
– Pero ella ha decidido seguir con novio, ¿no es cierto?
Ismael derramó una lágrima y siguió con otro sorbo de chupito.
– Ahora me siento como Nick Nolte en “El príncipe de las mareas”, o como Clint Eastwood en “Los puentes de Madison”, cuando le decía a Meryl Streep, que esa clase de certezas sólo se tenían una vez en la vida... ¡Ay, Beatriz, qué mal sienta enamorarse...!
– No digas eso, Isma. Enamorarse es lo mejor que puede pasar en este puñetero mundo de mierda, guerras y dignatarios soberbios y malignos. Enamorarse es olvidarse de que uno sabe de tristezas, de que uno conoce el lado oscuro de la vida, y hasta de que uno ha llorado en silencio en más de una ocasión. Y ya sé de sobra que si la cosa acaba mal el huracán del llanto es mayúsculo, pero te garantizo que amar y ser amado, aunque sólo sea por unos cinco minutos, es la experiencia más gratificante que pueda existir.
– Pero mi historia con Laura acaba mal. Y yo voy a seguir aquí, viéndola todos los días, sabiendo que la tengo a unos escasos metros de la oficina del supermercado... Sabiendo que su novio viene a recogerla en el coche, recibiéndola con un beso y preguntándole que qué tal ha pasado el día. Y yo... yo me quedo solo, Bea. Todas os marchais a vuestra hora mientras me quedo a rellenar los arqueos del cierre del día... y mientras mi corazón viaja en el mismo coche que ella, aunque con un nombre distinto...
“¿Sabes? Muchas veces pienso en pedir el traslado a otro supermercado de la empresa, irme lejos para no tener que verla más. Y es que no puedo olvidar sus besos y sus abrazos... La fuerza de sus abrazos Bea. Nos quedábamos solos para mirarnos en silencio, para comunicarnos con la mirada y para fundirnos, después, en un inmenso y maravillosos beso... Un beso que echaré siempre de menos allí donde vaya...”
Isma volvió al silencio y debo reconocer que sus palabras me hicieron recordar un montón de cosas y de vivencias. Mi historia con Iván, mis charlas con tío Roberto, y hasta las parrafadas de Marta cuando esta conseguía ponerse profunda. Demasiados recuerdos, pero era consciente de que Isma me necesitaba en aquellos momentos, que él era un ser frágil y, en mucho más de los que creía en un principio al poco de conocerle, incluso era gemelo a mí en varios aspectos de nuestras vidas.
– Podría ser malo, Bea, y regodearme sabiendo que Laura le ha puesto los cuernos a su novio conmigo... pero nunca he sido así. Incluso tomármelo como ella me dijo de manera falsa y tan poco sentida, “como algo que ha pasado y punto”, pero sé que es mentira, ya que ella sentía por mí algo parecido a lo que yo sentía por ella...
– Pero Laura llevaba tres años y pico con su novio.
– Y yo llevaba toda la vida esperanto encontrar un amor como el de ella...
“Tocada y hundida”, me dije. Ismael había sabido llegar a lo más profundo de mi corazón con su melancolía y sus palabras certeras. Todo un romeo de los que creían en el poder del amor desde el principio hasta el final, aunque el amor de la otra parte no fuese tan intenso como el suyo.
Y debo reconocer que me gustaba estar con él, escuchándole las maravillas que contaba de su enamorada distante, compartiendo con él aquellos momentos tan tristes para su alma pero tan reconfortantes para mi corazón.
No sé. A lo mejor es que me estaba enamorando de él a medida que me hablaba de Laura y de la tragedia de su desamor.
En un momento dado, se levantó y le entregué las dos cartas que me había dejado leer al principio de la tarde. Ismael las miró y sin mediar palabra las rompió en mil pedazos. Luego, mirándome a los ojos, unos ojos brillantes por las lágrimas silenciosas a gritos, me dedicó una tímida sonrisa antes de marcharse del Café París.
Nunca me dijeron cuanta soledad hacía falta para sentirse solo, cuanto amor para sentirse amado y cuanto dolor para sentir no haber nacido” decían en “Pajarico”, la preciosa película de Saura. Y esa frase me vino a la mente mientras apuraba mi enésimo cigarrillo al tiempo que veía alejarse a Ismael a lo largo de la calle, como aquella vez que tío Roberto se despidió de mí antes de coger un tren para ir a sentarse a la sombra de las estrellas. Ismael era como tío Roberto en muchos aspectos.
Me había enseñado a seguir teniendo fuerzas para creer en el poder del amor una vez más.


ISIDRO R. AYESTARAN, de mi novela A LA SOMBRA DE LAS ESTRELLAS, 2000

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