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ya esta disponible... EL CABARET DE LOS SUEÑOS NOCTURNOS

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PINCHA EN LA PORTADA para ver el vídeo presentación de EL CABARET DE LOS SUEÑOS NOCTURNOS, el libro que, de la mano de Producciones Nocturnas y Absenta Poetas, aglutina los poemas, fotografías y relatos que forman parte de Nocturnos y El cabaret de los sueños, mis dos obras literarias ilustradas en Internet. Para los que vivís fuera de Santander, y estéis interesados, lo podréis hacerlo vía e-mail, para remitirlo por correo. Y pronto, tras mi espectáculo Muñecas de cristal, el Gran Show de presentación del libro por diversos lugares de Santander. Precio: 10 euros. Mail de contacto: isidrorayestaran@gmail.com

EL PAJARO QUE NO SABIA VOLAR


El pájaro que levantó el vuelo

era inexperto y no sabía volar,

y mientras caía en picado

derramó una lágrima

en respuesta a su infinita

capacidad para amar.

Hacía mucho tiempo que Ricardo había olvidado cuándo había escrito aquel breve poema, y no recordaba tampoco cual había sido el motivo de su inspiración. Seguramente, ese pájaro herido y él fuesen uno, un solo organismo y un solo corazón. Pero no. La amargura y la tristeza habían llegado a su vida hacía pocos días. Cuando lo escribió, no lo había hecho pensando en él mismo. Sin embargo, en esos momentos, y más que nunca, Ricardo se identificaba con el pajarillo. Alguien que, de inexperto en el mundo de los inicios del amor, caía en picado en la oscuridad de la inexperiencia del no menos oscuro infierno de la pérdida del amor. Y como el pajarillo, Ricardo también lloró.

Llevaba ya como dos horas allí sentado, sobre una tarima del puerto pesquero de la ciudad, contemplando, con los ojos humedecidos, el mar de la bahía. Era de noche y corría una leve brisa. Los pequeños y humildes barcos de madera se movían al ritmo caprichoso del mar, como queriendo entablar una conversación con aquel solitario espectador. Tal vez, quisieran darle ánimos, dibujar en el mar una sonrisa sincera y amiga dedicada exclusivamente a él. Ricardo no prestaba atención a nada en concreto. Continuaba ensimismado en su propia amargura, con la mirada puesta en el recuerdo de unos días felices que, de tan lejanos, apenas se hacían palpables en su memoria.

Derramó una lágrima y volvió a la realidad. Observó a las gaviotas que revoloteaban por encima suyo, y fue entonces cuando se fijó en los pequeños barcos que estaban anclados a escasos metros de él. Los vio mecerse en el mar, dibujada con los colores de la noche, el reflejo de una luna llena magnánima y señora, y las luces de la ciudad. Miró detenidamente a una pequeña barca pintada de color rojo que estaba alejada del resto y que apenas se movía. Estaba en muy mal estado y tenía una gaviota de madera pintada de blanco en la popa. La observó durante unos segundos y suspiró.

- Mi corazón debe ser como esa barca. Solitario, lejano, en ruinas... - pensó para sí.

Cerró los ojos, se puso de pie sobre la tarima y miró al mar.

Decidió, por un momento, que aquella desdicha no podía continuar, que ya duraba demasiado. Y volvió a pensar en Natalia y en el día que la perdió. Tras unos instantes, derramó una lágrima mientras continuaba de pie sobre la tarima del paseo marítimo. Ricardo no podía vivir sin la presencia física de Natalia, no soportaba su ausencia ni el no poder escuchar nunca jamás su dulce voz; el no ver su mirada mágica coronada por aquellos hermosos ojos el color de la miel... y su sonrisa.

Dirigió de nuevo la mirada a la mar de una forma fija y nostálgica, y decidió arrojarse a ese mar iluminado, tirarse entre algún hueco de los que había entre los barcos pesqueros. Con suerte, caería de bruces sobre alguno y se abriría la cabeza.

Antes de coger impulso, miró al horizonte y observó la luna llena, que continuaba allí, expectante y temerosa ante los planes del joven.

Las lágrimas le cayeron por el rostro y a sus oídos sólo llegaba el sonido de la brisa, que circulaba por entre los barcos pesqueros. Permaneció inmóvil durante unos segundos y luego dio dos pasos hacia delante mientras, sin darse cuenta, comenzaba a hablar en voz alta:

- Espérame, Natalia... Ahora voy a acompañarte, a seguir junto a ti tal y como nos lo habíamos prometido el uno al otro. Perdóname, mi amor, por estos días de retraso, por esta tardanza inexplicable... Perdóname, por favor... Perdóname por haberme soltado de tu mano, por perderme y no haber sabido encontrarte con este maldito corazón mío... Pero no sufras, que ya voy.

Cerró los ojos, lanzó un beso al aire, puso los brazos en cruz y se dejó caer al mar.

Las gaviotas, asustadas por el estruendo provocado, comenzaron a volar, nerviosas, por allí cerca. Al rato, una de ellas volvió a donde estaba posada en un principio y contempló, impasible, el cuerpo de Ricardo, que yacía, inerte, flotando en el mar.

Pero sólo era su cuerpo lo que flotaba.

Su corazón ya estaba con Natalia.

ISIDRO R. AYESTARAN, de mi novela LA SONRISA AMIGA, 1999

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