Anoche no me dejaron despedirme de ti; tú en tu celda, yo en la mía; tú en la penumbra de un mundo injusto; yo en la soledad de una tierra apagada; juntos, en el lugar donde ya no se pone el sol.
Nos separaron y nos torturaron. Un juego salvaje de burla e ignominia porque somos diferentes. Ayer, una pareja de chicos adolescentes. Hoy, dos amantes heridos en su corazón a quienes les quitaron el último aliento del susurro de sus palabras de amor.
El estruendo de las balas acabó contigo físicamente. De mí, sólo dejaron ceniza y llanto. De tu vida, una vela apenas prendida en lo profundo de mi mirada; en la mía, un abismo terrible de amargura y dolor.
Me dicen que fue rápido, que quisieron colocarte una venda que tú rechazaste porque querías verme en tu recuerdo. Y en el último segundo, antes de la bofetada final, pronunciaste un nombre callado por los verdugos. El mío. El nuestro.
Yo permití la venda porque ya estaba solo; porque sabía, a ciencia cierta, que tú la arrebatarías en el ascenso hacia tu alma. Y así fue. Tu sonrisa al estar de nuevo juntos fue el mejor comité de bienvenida.
Ahora, vivimos en un mundo nuevo donde ya no tenemos miedo a cogernos de la mano, a mirarnos a los ojos y a decirnos te quiero.
Pero tras la demostración de nuestro amor, no podemos evitar derramar una lágrima mientras contemplamos ese otro mundo anterior nuestro. Aquel lugar donde ya no se pone el sol para los que sienten, aman y mueren por ello.
Nos separaron y nos torturaron. Un juego salvaje de burla e ignominia porque somos diferentes. Ayer, una pareja de chicos adolescentes. Hoy, dos amantes heridos en su corazón a quienes les quitaron el último aliento del susurro de sus palabras de amor.
El estruendo de las balas acabó contigo físicamente. De mí, sólo dejaron ceniza y llanto. De tu vida, una vela apenas prendida en lo profundo de mi mirada; en la mía, un abismo terrible de amargura y dolor.
Me dicen que fue rápido, que quisieron colocarte una venda que tú rechazaste porque querías verme en tu recuerdo. Y en el último segundo, antes de la bofetada final, pronunciaste un nombre callado por los verdugos. El mío. El nuestro.
Yo permití la venda porque ya estaba solo; porque sabía, a ciencia cierta, que tú la arrebatarías en el ascenso hacia tu alma. Y así fue. Tu sonrisa al estar de nuevo juntos fue el mejor comité de bienvenida.
Ahora, vivimos en un mundo nuevo donde ya no tenemos miedo a cogernos de la mano, a mirarnos a los ojos y a decirnos te quiero.
Pero tras la demostración de nuestro amor, no podemos evitar derramar una lágrima mientras contemplamos ese otro mundo anterior nuestro. Aquel lugar donde ya no se pone el sol para los que sienten, aman y mueren por ello.
ISIDRO R. AYESTARAN, 2007
2 comentarios:
la distancia que abarca algo asi como el a-mor, es justamente esa trascendentalidad que rompe toda distancia emocional.
es un jeugo tan bien hecho que jamas se derrumba mientras expone su talon de aquiles.
es como la puta que te dice te quiero.
Saludos.
loa a los valientes que por amor cambian el mundo pagando un alto precio para que otros recojan los frutos
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