A la luz del crepúsculo
se encuentra el joven poeta,
escribiendo lindas canciones
para su amada muerta.
Las olas bañan sus pies
mientras él escribe versos
dedicados a su amada
con el más dulce de los besos.
Por entre las dunas de su desierto
el viento entona una canción,
“viento, dedícasela a mi amada
pues ya no puedo ofrecerle mi amor”.
Con lágrimas escribe el poeta
mojando páginas con versos de amor
y, aunque ella no los lea,
en el cielo los recitará algún trovador.
Desde las nubes del cielo
se deja ver un rayo de luz,
que penetra entre las páginas
coloreándolas de azul.
Por entre las dunas de su desierto
el viento entona una triste canción.
“Viento, dedícasela a mi amada
pues ya no puedo ofrecerle mi amor”.
El libro del poeta
por fin ya tiene color
y sabe que los versos
fueron leídos por su amor.
se encuentra el joven poeta,
escribiendo lindas canciones
para su amada muerta.
Las olas bañan sus pies
mientras él escribe versos
dedicados a su amada
con el más dulce de los besos.
Por entre las dunas de su desierto
el viento entona una canción,
“viento, dedícasela a mi amada
pues ya no puedo ofrecerle mi amor”.
Con lágrimas escribe el poeta
mojando páginas con versos de amor
y, aunque ella no los lea,
en el cielo los recitará algún trovador.
Desde las nubes del cielo
se deja ver un rayo de luz,
que penetra entre las páginas
coloreándolas de azul.
Por entre las dunas de su desierto
el viento entona una triste canción.
“Viento, dedícasela a mi amada
pues ya no puedo ofrecerle mi amor”.
El libro del poeta
por fin ya tiene color
y sabe que los versos
fueron leídos por su amor.
ISIDRO R. AYESTARAN, de mi colección de poemas NUEVO AMANECER, 1997
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