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ya esta disponible... EL CABARET DE LOS SUEÑOS NOCTURNOS

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PINCHA EN LA PORTADA para ver el vídeo presentación de EL CABARET DE LOS SUEÑOS NOCTURNOS, el libro que, de la mano de Producciones Nocturnas y Absenta Poetas, aglutina los poemas, fotografías y relatos que forman parte de Nocturnos y El cabaret de los sueños, mis dos obras literarias ilustradas en Internet. Para los que vivís fuera de Santander, y estéis interesados, lo podréis hacerlo vía e-mail, para remitirlo por correo. Y pronto, tras mi espectáculo Muñecas de cristal, el Gran Show de presentación del libro por diversos lugares de Santander. Precio: 10 euros. Mail de contacto: isidrorayestaran@gmail.com

RUPTURA


– “La mejoría de la muerte” – dijo Iván tras unos segundos de silencio – Así definen la proximidad del final por excelencia. La muerte.
Su abuela había muerto de una manera inexplicable para su familia, quien había estado en la cabecera de su cama día y noche hasta que la pobre mujer pudo terminar de decirles todo lo que tenía preparado desde hacía un montón de tiempo. Y ocurrió como en las películas, hasta que no terminó de decir su discurso, no la palmó.
Nos encontrábamos en uno de los acantilados de Mataleñas, nuestro particular remanso de paz y espiritualidad, con esas maravillosas vistas al mar de las playas del Sardinero, con la Magdalena al fondo y el Faro al otro lado. Estando allí, con el silencio y la brisa recorriendo todo ese paraje, uno parecía estar un poco más cerca del Bienestar absoluto.
Y era el sitio ideal para que mi Iván sacara todo lo que llevaba dentro, la amargura y la decepción que había sentido al comprobar in situ el arrebato injusto con que el Poderoso se había llevado a su querida abuela.
– Allí me reencontré con todos ellos – dijo en un susurro – Estaban todos mis amigos de la infancia, los de la pandilla del verano, las amigas de toda la vida. Aparecida fue con su recién estrenado marido y Conchi Paz apareció como siempre, con ese aura de paz y serenidad que tanto me reconforta.
Volvió la vista hacia el infinito y derramó una lágrima que retiré con una de mis manos al tiempo que le dediqué una sonrisa.
– Desahógate si es tu deseo, cariño – le dije sinceramente – Para eso estoy a tu lado…
Le costó hablar y durante unos segundos permaneció callado, con la vista adentrada en su mundo interior, en esos últimos momentos que había pasado junto a los suyos. Y noté que el nudo en la garganta le aprisionaba de tal manera que parecía que iba a romper en un llanto tan necesario como amargo.
– Nunca te he hablado de ella, ¿verdad? – me preguntó – No, no creo que lo haya hecho… Me refiero a Sara, mi primera novia… También apareció en el entierro. Y lo hizo con él…
Tragó saliva y me miró a los ojos como pidiéndome disculpas por verse en la necesidad de tener que hablar de lo que le atormentaba y de lo que sentía en esos momentos.
Y le dejé que lo hiciera, que se desnudara por dentro para poder vestirlo con mi amor y ternura.
– No voy a negarte que un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al verla de nuevo. Había sido mi chica durante dos años y el tiempo, aunque dicen que todo lo cura y que es muy sabio, parecía haberse detenido en un momento determinado de mi vida, aquél en que era feliz a su lado y con sus besos diarios. La enamoré como hice contigo, a base de boleros y poesías. Qué le vamos a hacer, es el único arma que poseo para poder atraer a una mujer. Mi físico no permite otra cosa, ya lo sabes…
“Por aquel entonces ella estaba saliendo con Mario, un chico del pueblo y con quien atravesaba una de esas crisis de adolescente que afectaba a una relación que no se sostenía ya por sí sola. Digamos que llegué en el momento oportuno en que la puerta del amor aún permanecía entreabierta para que alguien pudiera darle un buen impulso. Y ese fui yo. El impulso de unos versos que, al principio, lo único que conseguían era hacerle rememorar el amor perdido de Mario y el tiempo en que había sido feliz a su lado. Me costó Dios y ayuda poder hacerle comprender que la quería con todo el ansia de mi corazón, que nuestra relación debía estar basada en nuestro presente y no en su pasado más reciente, que no debía ponerme de excusa para pasarse todo el día llorando por lo que había dejado en el camino…”
“Esta podría ser perfectamente la trama de cualquiera de mis historias… Más que nada porque acaba mal, como me gusta que acaben las historias de ficción para poder decirme a mí mismo que la realidad que vivo no está tan mal después de todo…”
“Pero lo importante es que durante el tiempo que permanecimos juntos fuimos realmente felices. Lo compartíamos todo. Ella me proporcionaba la vitalidad que poseía, su optimismo una vez superado el trauma de lo de Mario, la energía tan necesaria que a mí me faltaba, ya que por aquél entonces yo era más desconfiado y con menos autoestima de la que poseo actualmente…”
“Dicen que la distancia es el olvido, como reza el bolero, pero te puedo garantizar que, pese a que nos veíamos tan sólo en Navidad, Semana Santa y en verano, amén de algún que otro fin de semana al mes, nuestra relación funcionaba a la perfección. Sin rutinas que pudieran distanciarnos ni malos rollos provocados por discusiones banales fundamentadas en un ansia de libertad del que carecen otras parejas que suelen verse a diario y a todas horas. Sólo teníamos tiempo para ser felices sin permitir que nada nos distanciara ni interrumpiera nuestra felicidad. Parecíamos personajes de cualquier película de Walt Disney de lo puro empalagosos que éramos el uno con el otro, pero se trataba de un empalago justo y preciso incapaz de mermar nuestras ilusiones y el ansia que teníamos por vernos…”
“Y como todo lo que empieza ha de acabar para bien o para mal, comencé a darme cuenta de que algo fallaba a medida que las cartas entre nosotros se distanciaban más de lo normal. Ya sé que estaba el teléfono, pero el transmitir y proyectarnos nosotros mismos a través de una hoja de papel era algo mágico de lo que no nos gustaba prescindir.”
“Te juro por Dios que durante el tiempo que permanecí a su lado sólo vivía para hacerla feliz sabiendo que así también lo era yo. Y este último verano supe la verdad, toda la verdad. Que le había sido imposible olvidar en un cien por cien a ese Mario que le había descubierto la vida y el amor en una primera vez lejana pero, por lo visto, aún latente en su corazón. No quise preguntarle más y decidí, aunque parezca una cobardía, tirar la toalla y darle la libertad que ella precisaba a pesar de los paréntesis que había habido en nuestra relación.”
“Nuestra última charla la mantuvimos cinco minutos antes de coger el autobús que me traía de nuevo a Santander. El mismo autobús en el que ibas tú… Acuérdate que durante el trayecto estaba muy ensimismado en mis pensamientos y que tan sólo hablábamos de cosas sin importancia, como si fueran una excusa para poder desprendernos de “Matrix”…”
“El resto ya lo sabes. Y supongo que comprenderás esa manía mía de celebrar cada mes que cumplimos juntos con un pequeño detalle, ya sea con un poema o con un anillo. Lo importante era que estábamos juntos y eso ya era motivo de celebración”
Nos miramos en silencio, un paréntesis necesario para poder digerir todo lo que había escuchado de manera atenta y a conciencia. No sé por qué, pero noté que todo mi mundo había comenzado a derrumbarse en ese preciso instante, el concreto y justo instante en que volví a abrir los labios.
– ¿Y a ti? – le dije sabiendo lo que me iba a venir encima - ¿Te está pasando lo mismo que a Sara con su Mario?
Su mirada se truncó y tragó saliva sin saber qué contestarme.
– Acabas de decir que al volver a verla era como si el tiempo se hubiera detenido… ¿Cómo puedes decirme eso? Vale que lo estés pasando mal por lo de tu abuela, pero podrías haber tenido un poco más de consideración y haberte callado esta historia, toda esta puta invención tuya que lo único que ha servido es para ponerme de mal humor.
– ¿Y qué quieres que te diga? – preguntó sin más.
– Dime que la puerta de Sara no sigue entreabierta y que no has sido capaz de darle un nuevo impulso. Dime eso, por favor. Dímelo, te lo ruego.
Me temí lo peor al ver cómo Iván se levantaba y se situaba al borde del acantilado, como aquella vez en que recitó el monólogo de “Gringo viejo”. Y sí, volvió a recitar un monólogo, pero en este caso no era el de una película, era el suyo propio, un monólogo que estoy por asegurar ya traía preparado, como todas las cosas que él hacía, calculadas al milímetro.
– Lo siento, Bea… Durante el tiempo que hemos estado juntos he tratado de convencerme a mí mismo que no debía permitir que mis neuras arrasaran las murallas de nuestro amor… Que, aunque sabía que el día de nuestra despedida estaba próximo por llegar, me veía en la obligación de ser sincero contigo porque eres una chica maravillosa…
– No digas que soy una chica maravillosa, hijo de la gran puta. Dime que soy tu novia y que me quieres con locura. Di eso de una manera tajante y sin usar circunloquios que me están volviendo loca.
Me miró con ojos de cordero degollado y prosiguió su discurso.
– Una vez que terminamos de dar sepultura a mi abuela, Sara y yo hablamos… Mario y ella son amigos y seguirán siendo amigos durante toda la vida. Pero amor sólo lo había tenido conmigo…
– ¿Qué quiere decir eso?
– Que voy a volver con ella.
Me juré a mí misma que no iba a seguir los consejos de Marta y que no lo iba a deshuevar de una patada, cosa que se merecía.
Después de seis meses juntos me sentí utilizada como una excusa para olvidar a otra persona, que los poemas no iban dirigidos a mí sino a ella, que todas las cosas que me había dicho era a Sara a quien se las decía, que aquella vez que hicimos el amor de forma engañada pues él me había asegurado que no tenía experiencia alguna, se lo hacía a ella.
Dios mío, me sentí no sólo despreciada sino hasta ridícula escuchándole sin poder reaccionar, sin saber muy bien si debía romper a llorar o darle un empujón para que cayera al vacío.
Opté tan sólo por mirarle a los ojos y derramar una lágrima. Sólo una.
– Se acabó – acerté a decir – La fantasía del amor tocó a su fin. Se encienden las luces y todo el mundo abandona la sala entre comentarios de elogio de una parte del aforo y de profunda decepción de la otra… Aquella en la que estoy yo.
Me levanté también e intente mantenerme digna, como Bárbara Stanwyck en “Mundos opuestos”.
– Me has hecho mucho daño, Iván… pero te deseo que seas feliz con la chica que quieres realmente.
– Beatriz…
– No digas nada más. Ya lo has hecho en exceso. Vuelve con ella si es tu deseo, no voy a montar una escena y tampoco voy a llorar delante de ti porque no eres merecedor ni un segundo más de que yo te abra mi alma… Si fuese civilizada te diría que podríamos quedar como amigos, llamarnos de vez en cuando para contarnos lo bien o lo mal con que nos trata la vida… Pero no serviría de nada, Iván, porque sería una representación teatral protagonizada por dos pésimos actores.
Cogí mi chaqueta y antes de marcharme volví a mirarle a los ojos, esos ojos que me habían desarmado por completo en estos seis meses y varios días que habíamos pasado juntos.
– Pero gracias por todo lo bueno – dije.

ISIDRO R. AYESTARAN, de mi novela A LA SOMBRA DE LAS ESTRELLAS, 2000

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