Un joven chapero que se ofrece como moneda de cambio ante miradas inquisitivas y ávidas de escasez de sentimientos que tan sólo desean una cosa. Y el joven chapero lo sabe. Por eso, en solitario, compartiendo plano o bien siendo el cómplice perfecto a las indicaciones de aquel que lo sustentará por espacio limitado, su mirada no delata más que una visión que no traspasará lo meramente comercial. Y en un silencio fingido, no deja ver que su corazón, al traspasar la puerta de su nuevo cliente, volverá a latir al ritmo que le marca el sentido de su propia irrealidad: un mundo que no es el suyo pero que le ayuda a crecer, en cierto sentido, y a desenvolverse en la cuna de fieras nocturnas que pueblan la cárcel de su propia vida.
ISIDRO R. AYESTARAN, 2007
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